lunes, 21 de julio de 2014

ROSITA EPITAFIO

Juan José Rodríguez García



Y entonces, al abordar el avión de regreso al desierto, me percaté que nunca en otro tiempo de mi vida podría retenerte con mi rudeza labial. Lloro, no puedo negar que dejé mi carne en tus fosas, encantado y maldito, y por maldito no puedo remplazarte con el furor de la hierba. Siempre estoy extrañando el alma de tus senos pequeños, suaves y desnudos. Te siento amputada de mis manos maltrechas.

¡Me la quitó el diablo! ¡Me…., me engañaste con el diablo!

Cuando me encontré con tu traición, en medio del cuartucho del hotel barato, lo supe… Te habías marchado de mis brazos para siempre. ¡Y yo, el sudor, la mordida, el beso desnudo, y el calor de mi cuerpo, tu cuerpo desnudo, salvaje, contrito, renegado y caluroso!

Se fue…, se me fue todo.

Hoy me encuentro a solas en el baño pequeño de este avión barato. Mi apariencia física es la peor que la de un cadáver embalsamado. Quizá esté yendo directo a mi entierro. Mis ojos se han secado y los fuegos de mi corazón ante la desesperación de azufre se han disipado por los soplos, los soplos de un viento helado llamado “no lo soporto”. Así me dueles, Rosita. En mi cuerpo, en mi respiración. En mi espectro, en mí infatuación: aquí en el baño soy el dañado, el desmundado. Solamente el que se siente dolorido, solamente el que grita el despecho, con derecho a destacar entre tantos desolados.

Hoy me hago un año más viejo y tú cumples tres semanas de haber escapado con el ángel rechazado del hoyo.

Tengo que respirar y olvidar que en la selva de asfalto te había poseído, pero ahora, en el aire, un nudo en la garganta me ha poseído insensible. No recuerdo en qué momento me ataste a tu vida, y me sostuviste, y me sentiste adentro. Nenita…, Rosita, Anita, también Evita, además Elenita, mi dulce desliz con doce almas atadas a un cuerpo de ninfa.

¿Qué hicimos mal para encontrarnos aislados de nuestra pertenencia carnal? ¡Te deseo aún! ¿De qué nos salvamos cuando el demonio te arrebató de nuestro destino? Seguro no de las guerras entre la gente, siempre fuiste fuerte y romántica, y yo la voz que te seducía mientras me calcinaba por dentro al no poder ser tuyo para siempre. Ya casi sabía que no estaríamos juntos eternamente.

¿Estarás ahora mismo haciendo el amor con el Diablo, ese narco con ojos de fuego que siempre quiso tu carne y lo poco que tenías de espíritu?

Mi espíritu se quema con el sol, con la luna, sobretodo con el recuerdo de tu cintura relajada encima de mi ombligo. Trago saliva. Odio viajar por el aire. Quiero más que nada, regresar al desierto como vapor y lamentos, respirar como fantasma, reconstruirme desde la nada. Pero antes me quiebro la cabeza y decanto el aroma de tus pechos disolutos, la suavidad de tu cuello vicioso y la sedosidad de tus largos cabellos de bruja.

Sólo deseo que en los jugos de mi cerebro se pierdan los rasguños de tus colmillos, mujercita vampiro, o en mis neuronas abrasadas se pierdan los índices más intensos con que te evoco como mi musa dislocada por la rigidez de mi estaca.

Nadie en el vuelo creerá que mi muerte se deba a tu falta. Pero, ahora mismo estoy atando tu bufanda a mi cuello, directo a esa extraña lámpara que parece tambalear cada que el avión es azotado por la tormenta. Finalmente mis pies resbalaran sobre el retrete y yo cederé a la caída de la muerte.

Más tarde, la gente leerá esta carta y será el mismo destino el que te delate.

Mira, Rosita, tu bufanda perfumada acaricia mi cuello, como aquella vez cuando me ataste a la cama aquella tarde cuando me ayudaste a subir al cielo, en la explosión de nuestro aroma de recreo almizclero.

Mujercita hormiga, picas. Mujercita araña, me ataste adicto a tu necesidad. Rosita, tú me comes, nunca das. Rosita importunada, ¿recuerdas cuando me decías que hablaba tanto que asfixiaba tu deseo?

Ahora mismo tengo miedo, ¡mucho miedo! ¡¿Acaso te enamoró el silencio del diablo?! ¡O quizá te hartaste de mis compulsivas formas para decirte lo mucho que te amaba. ¡Pienso volver a buscarte! Ahora mismo me pregunto si sólo te marchaste por unos días, y al volver, tú, como yo, pensaste que te había abandonado… 

En definitiva, yo me vuelvo a París a busc…

–Estimado pasajero, estamos entrando a una zona de fuerte turbulencia, por favor, le pedimos que abroche su cinturón. Gracias.

Pero ya nunca alcanzo a sostenerme, a sostenerte… Y caigo en un abismo oscuro, rezando tu nombre que se quiebra en el viento de la muerte… Rosita.

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