Una historia de Rodrigo Agundis:
Un niño muy joven, tenía clase de matemáticas, él es muy inteligente, muy listo, buen estudiante, un poco tímido quizás, pero de naturaleza liviana, cordial, alguien que, a pesar de su temprana madurez y de su brillante intelecto pasas desapercibido.
Faltaban seis minutos para que se terminaran las clases, estaba aburrido haciendo apuntes, la profesora no estaba diciendo nada que él ya no supiera y en esa distracción ve por la ventana, pues su pupitre queda cerca de los ventanales del salón y algo llama su atención ahí en la grama, cerca de un árbol, un pliegue, un papel. La clase termina, el niño coge su mochila y baja muy rápido, con la esperanza de que nadie más encuentre ese objeto tan misterioso que él vio.
Consigue su cometido, lo recoge y ve que en esa foto plegada, al abrirla, le devuelve la mirada la niña más bella que él jamás haya visto, de su edad aproximadamente, cabello largo, unos ojos bellísimos, haciendo el signo de la paz con dos dedos levantados con su mano izquierda. El chico empieza a hacerse preguntas razonables, su mente ya no está ocupada ni por Pokemon, ni por el Xbox, ni por el Play Station, ni por el Internet tampoco, la niña de la foto es dueña de todos sus pensamientos.
Tanto es así que al día siguiente con la foto en mano y con la esperanza de que por algo fue que la encontró en los predios del colegio comienza a preguntarle a sus compañeros de clase “¿Han visto a esta niña?” Todos le dicen que no, llevado por la desesperación, incluso se acerca a sus profesores, a los que jamás les habló fuera del salón “Sr. ¿usted conoce a esta niña?, ¿profesora usted conoce a esta niña?” Todos le dicen que no.
El muchacho se encuentra devastado ante el hecho de haber encontrado esa foto de una niña de su edad en el colegio, no fue más que una coincidencia, pero esa noche y habiendo invertido muchas horas del día pensando en esta chiquilla, él se despierta en la madrugada, gracias a unas risitas, unas risitas de niña. El muchacho está muy atemorizado, tan es así, que se queda arropado hasta la boca y no se levanta. Al día siguiente cuando se despierta, tiene muchas cosas en que pensar, es imposible no relacionar una cosa con la otra, lo que pasó anoche con la foto de la niña, será una coincidencia, no lo creo, las risitas eran de niña.
La obsesión lo puede más que cualquier otra cosa. Foto en mano va y le pregunta a su hermana “de casualidad, un tiro al aire, ¿has visto a esta niña?” No. El niño entonces va y toca la puerta de la casa de los vecinos “¿usted ha visto a esta niña?” No. La búsqueda se vuelve cada vez más patética, porque es improbable, peor está obsesionado y está enamorado de la niña de la foto.
Fue un día muy triste para él, así que se va a la cama y nuevamente en la madrugada, lo vuelve a despertar la risita de la niña y él vuelve a pensar “¿será ella?” él está aterrorizado, pero quizá un poquito menos y entonces aquí es cuando en ese encrucijada emana el miedo y se las ve con la obsesión, y la obsesión gana. El niño se levanta de la cama y se asoma por la ventana, puesto que, a pesar de que no sabe exactamente de dónde vienen las risitas, una cosa es segura, son de afuera. Se asoma, ve, y escucha las risitas un poco más fuertes. Decide jugárselas ante lo desconocido, así que baja las escaleras sin hacer ruido para no despertar a los padres, abre la puerta de la casa con las llaves y sale. Hace frío, vuelve a escuchar las risitas más fuertes, lo que lo obliga a caminar un poco más a ver si logra ver de dónde proceden, escucha las risitas una vez más, lo lleva a la calle y en la calle los faros de un auto le alumbran la cara y lo atropella.
Muere al instante, su cuerpo rueda por el parabrisas y salta, y cae aparatosamente en un charco de sangre que cada vez se hace más grande, el conductor que está ebrio, pega el frenazo, se baja del carro con el corazón en la garganta, se arrodilla ante el chico y toma la mano de él para quitarle la fotografía que tiene. En su desesperación mira la fotografía y este señor observa a una niña bellísima, que está ahora levantando tres dedos en su mano.
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