martes, 6 de mayo de 2014

Deberíamos estar educados para que nos quiebren el alma.

Por Aída Nohemí del Carmen López Castro López:


Deberíamos estar educados para que nos quiebren el alma, para aceptar la falta o ausencia de cariño que nos tiene (muchas veces) alguien a quien nosotros queremos... Y también para no chocar con nuestros sueños e idealismos y volvernos más realistas.

Deberíamos estar educados bajo una sociedad que crea en el 'quédate cuanto quieras' y no en el 'por siempre'; una sociedad sensible que entienda los errores y la volubilidad del hombre. Deberían hacernos entender desde niños al enamoramiento como una sensación y al amor como un sentimiento que conlleva un compromiso, el cual puede o no consumarse; porque las personas deberían sentir tanto como puedan y quedarse tanto como quieran en vez de ser forzadas por normas sociales.

Deberían vendernos en las películas, la idea de 'aceptación de la individualidad y libertad de nuestra pareja', evitando así los estragos de nombrar como la mujer de tu vida a cada par de ojos nuevos y bonitos que topes por ahí.



No una idea de 'vete y vuelve a capricho o placer', no como un señal de inestabilidad; sino como la comprensión y aplicación de nuestra capacidad para saber estar solos y decidir estar juntos bajo, tal vez, una relación tan libre que te lleve a hacerla duradera.


"Amor, quédate cuanto te quieras quedar y rómpeme el corazón si al final decides que te vas; que sí, admito, me gustaría que fuera un largo tiempo -toda mi vida, por ejemplo- pero si no puede ser así y tú felicidad no la encuentras estando conmigo, puedes partir, debes partir y dejarme un alma rota que sanará en el tiempo, que sufrirá inevitablemente, se enojará y te maldecirá de seguro, pero que finalmente se repondrá y te superará... O que pasará toda la vida extrañándote pero que al menos no vivirá engañada ni atada a las fantasías rosas de un por siempre.

Sin ñoñerías. Rómpeme el corazón si es necesario.

Cuando ya no quieras estar, vete. Cuando ya no sientas magia al besarme, vete. Cuando te aburra más mi plática que la novela, vete. Cuando estemos la cama y no sientas siquiera la necesidad de tomar mi mano, vete. Cuando te desespere escribirme, esperarme, hablarme, verme, vete. Cuando tengas que irte, vete...
Vete antes de que estés harto de mí, porque sólo así tal vez algún día regreses; porque tal vez sino se apaga por completo el fuego, pueda provocarse después de un rato, un incendio; porque tal vez la segunda vuelta pueda ser mejor... Porque algunas raras veces, los refritos sí son buenos.

Ah, pero rómpemelo bien. Rómpeme enterito el corazón, amor. No me importa que tan mortal sea, sólo con que sea real, que me haga sentir viva y casi tan poderosa como para sentir que puedo volar.
Rómpeme el corazón después de haberme amado tanto, tanto hasta que duela, tanto hasta que ya no puedas, hasta que hayas amado con todo el amor que puedes dar.

Rompeme a mí junto a la pasión que desbordo al estar enamorada y a mi vida que te entrego; pero hazlo después de amarme desmedidamente porque yo también te amaré así. Ámame, sólo eso, nomás eso y ya. Pero ámame, para que si te vas luego, pueda valer la pena el río de lágrimas de sangre que derramaré por ti.
Ámame bien antes de largarte".



Así deberíamos estar educados: para hacer las cosas bien e intensas por un periodo indefinido, y no eternamente a medias.

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